sábado, septiembre 18, 2010

La historia española de la primera Pocahontas


En España se llamaría Juan Pérez, pero como era inglés se llamaba John Smith.

Fue el más famoso John Smith de la Historia, líder de la primera colonia permanente inglesa en territorio de los Estados Unidos: Jamestown, en Virginia, durante mucho tiempo un modesto enclave que tuvo una vida precaria y a menudo estuvo a punto de desaparecer a consecuencia del hambre y penalidades que sufrieron sus primeros pobladores.

Pero para entonces, cuando se fundó Jamestown, ya hacía varias décadas que se había fundado la que hoy es la más antigua ciudad norteamericana: San Agustín, en Florida.

La historia cuenta que una pequeña india apodada Pocahontas (realmente se llamaba Matoake) hija del jefe Wahunsenacawh, de la tribu Powhatan, intercedió y salvó la vida de John Smith cuando este, prisionero de los indios, iba a ser ejecutado. Pocahontas tendría entonces, en 1607, doce años, bastantes menos que los que aparenta la conocida heroína de dibujos animados de la película de Disney. Las dudas sobre la veracidad de la historia proceden del hecho de que John Smith la narró por primera vez en una carta a la reina Ana, en el año 1616, a pesar de que para entonces ya había escrito dos libros acerca de Virginia. El motivo de la carta no era otro que pedir el favor de la Reina para Pocahontas, que en aquel entonces se encontraba en Inglaterra casada con un inglés y convertida en Lady Rebbeca Rolfe.

No obstante, no sería extraño que Smith hubiera oído otra historia parecida, que debió ser muy conocida en su época: la del largo cautiverio de un español, Juan Ortiz, sucedida muchos años atrás en el territorio de la Florida. La historia comenzó en 1528, en una zona próxima a la actual ciudad de Tampa. Fíjense que sólo treinta y seis años antes se había conquistado a los moros el Reino de Granada en España.

Pánfilo de Narváez murió el mismo año en que da comienzo esta historia, pero su comportamiento en vida es determinante para explicar todo lo que sucedió después. Don Pánfilo fue lo que hoy llamaríamos un grandísimo hijo de puta. Era un tipo grande, fuerte, resuelto y sin escrúpulos, extremadamente cruel y ambicioso. Dispuesto a triunfar a toda costa, se enfrentó al fracaso una y otra vez a causa de esa combinación tan frecuente de estupidez y mala suerte. Digamos que se labró su destino, y no sólo llevó a la muerte a muchos hombres, sino que predispuso en contra de los españoles a la población india de Florida, impidiendo para siempre que ésta pudiera ser colonizada de forma pacífica. Sus “hazañas” masacrando indios indefensos espantaron a fray Bartolomé de las Casas, quien, quizás a raíz de aquello, ha pasado a la Historia por su vehemente campaña de denuncia y a favor de los derechos de los indígenas.

Cuando Hernán Cortés se lanzó a la conquista de México, desobedeciendo órdenes, Narváez fue enviado en su busca a tierra firme, desde la isla de Cuba, con instrucciones de traerlo de vuelta, vivo o muerto. Ignoraba sin duda que se enfrentaba a uno de los mayores genios militares de todos los tiempos con una portentosa capacidad de liderazgo, que no sólo consiguió derrotarle y hacerle prisionero, sino que atrajo a sus hombres a su causa y reforzó sus tropas con ellos. Narváez quedó tuerto y prisionero de Cortés durante dos largos años en Villa Rica de la Vera Cruz, la actual Veracruz, la más antigua ciudad continental fundada por los europeos en América.

Una vez libre y tras lograr el favor real partió a la conquista de Florida, de la que, de lograr su propósito, sería el Gobernador. Allí entabló amistad con el cacique indio Hirrihigua, a quien luego, por razones desconocidas, ordenó cortar la nariz y echar a su madre a los perros, que murió devorada en presencia de su hijo y del resto de la tribu.

Poco más tarde, Narváez desapareció en un naufragio en la que se perdió toda la flota y el resto de la expedición. Era, ya lo hemos dicho, el año 1528. Se sabe que sólo cuatro hombres sobrevivieron. Uno de ellos fue el famoso Álvar Núñez Cabeza de Vaca, quien en compañía de los otros tres, recorrió durante varios años el sur de lo que hoy son los Estados Unidos entre Florida y Arizona, hasta llegar al territorio del actual estado de Sonora, en México. Otra historia apasionante.

Unos días más tarde del atroz comportamiento de Narváez en la tribu de Hirrihigua y cuando ya había abandonado tierra firme, arribó un desafortunado navío que inadvertido de la siembra de odio que iba dejando su jefe, andaba en su busca. El jefe indio, deseoso de capturar a la tripulación trató de convencerles de que bajaran a tierra, pero sólo consiguió que bajaran cuatro marineros, a cambio de cuatro rehenes indios que subieron a bordo. Pero éstos, tan pronto como los cuatro españoles llegaron a tierra, saltaron al agua y nadando con suma maestría escaparon, poniéndose a salvo. Así, la tripulación viendo la inferioridad de sus fuerzas frente a los indios y la imposibilidad de rescatar a sus compañeros levaron anclas abandonándolos a una muerte segura.

Y así fue. Hirrihigua ordenó matar a flechazos a tres de ellos, haciéndoles correr entre su gente, pero evitando dañarles órganos vitales para que su muerte fuera más lenta, reservando para el final al más joven de ellos, Juan Ortiz, que en aquel entonces contaba dieciocho años. Sólo la intercesión de la mujer e hijas del cacique consiguió salvarle la vida, aunque Hirrihigua lo sometió a partir de entonces y durante un año y medio a crueles tormentos. Entre ellos, describe el Inca Garcilaso cómo lo pusieron sobre una barbacoa, que es un lecho de maderas en forma de parrilas, una vara de medir alta del suelo, y que sobre ella pusieron a Juan Ortiz para asarlo vivo. Sólo cuando ya estaba asado de un lado consiguieron las mujeres detener el tormento, a raíz del cual le quedaron terribles cicatrices de por vida.

No les narraré más, pues todo el episodio está prolija y fantásticamente bien escrito por el Inca Garcilaso: Historia de la Florida y jornada que a ella hizo el gobernador Hernando de Soto, título que quedó sintetizado en La Florida del Inca (pág. 127 y siguientes). El Inca Garcilaso recogió durante años testimonios de aquella época.

Baste decir a modo de resumen, que tras año y medio de cautiverio y gracias a la hija del jefe (la Pocahontas de nuestra historia) consiguió huir y fue protegido por el cacique Mucozo de una tribu vecina, prometido de aquella, aunque el matrimonio se frustró por culpa de la protección concedida a Ortiz. Éste fue rescatado en el año 1539 por los hombres de la expedición de Hernando De Soto, “para sacarlo del poder de los indios como porque lo había menester para lengua e intérprete de quien se pudiese fiar”.

Observen que en la versión que he enlazado de la Florida del Inca se cita a Ortiz como Orotiz, aunque en otras versiones y en todas las demás referencias halladas se le nombra como Ortiz. Curiosamente, era tal la avidez de riquezas de los españoles que cuando Juan de Añasco, enviado por De Soto a la Florida en una exploración previa, trajo varios indios como prisioneros, estos nombraron al cautivo llamándolo así, Orotiz, lo que indujo a pensar a los españoles que se referían a la existencia de oro.

Curiosamente, las historias de los exploradores españoles en Norteamérica -pues sería exagerado llamarlos conquistadores, puesto que nunca lograron conquistar aquellos inmensos y casi desérticos territorios- está mucho mejor documentada y divulgada en Estados Unidos que en España. Los textos a los que podemos recurrir son, en nuestro caso, antiguos, aunque se trata, eso sí, de auténticas obras maestras, con la frescura de los libros de aventuras modernos. Pero no hay libros de divulgación semejantes a los que disfruta el público americano, ni me consta que muchas de esas obras hayan sido traducidas.


O, por ejemplo, el calendario del largo viaje de De Soto, obtenido del diario de Rodrigo Rangel, su secretario personal, que a su vez le sirvió a Gonzalo Fernández de Oviedo para su famosa Historia general y natural de las Indias, sólo me ha sido posible hallarlo en inglés.

Algún día contaré lo que decía Bernal Díaz del Castillo de ese Rodrigo Rangel. Pero esa será otra historia.
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1 comentario:

Weidner dijo...

Interesante historia. La he buscado después de leer en otro sitio que la película de Disney, al contarnos la historia de John Smith en Norteamérica, ponía algunos detalles que se ajustan mas a la historia de su tocayo, Juan Ortíz. De hecho, en la película también aparece un gobernador egoísta y malvado, que bien podríamos comparar con Narváez y un tripulante que entiende a los indios, también llamado Juan.


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